Bajo este titular, leía un artículo en el último tramo de la infancia a principios de los años ochenta. Era una nota del “Reader digest” que describía cuales serían los avances de la electrónica en los años por venir. “En 1989 irrumpirá la televisión tridimensional”, anunciaba hacia el final. Las profecías resultaban fascinantes. Pero en ningún caso eran capaces de predecir el cambio que nos esperaba a lo largo de todos estos años.
Nací en 1969, en el año que la ARPA gestó el embrión de Internet. Quince años después, comparaba mi primera computadora, una Timex Sinclair 2068 que tenía un emulador para Spectrum. En ella aprendí a programar en Basic. Es increíble la cantidad de cosas que eran posibles con tan solo 64K...
No es un tema menor la accesibilidad de todas estas nuevas tecnologías. Castells me sorprendió con su observación: en tan solo tres años (de 1959 a 1962) los precios de los semiconductores cayeron un 85%, mientras que tomó 70 años que las telas de algodón bajaran en la misma medida durante la segunda revolución industrial (de 1780 a 1850). Creo que eso explica que alguien como yo este escribiendo estas líneas en una computadora en este preciso momento...
A nivel personal, fue realmente al finalizar los años noventa cuando efectivamente sentí el rigor de los cambios afectando decisivamente mi forma de vida: desde la telefonía celular hasta la video conferencia, desde la fiel fotocopiadora y el obsoleto fax, hasta las cámaras digitales y el eficiente Google.
Al llegar el nuevo milenio pude confirmar la tendencia que venía intuyendo. Estaba situada frente a un nuevo paradigma y ya no había vuelta atrás. Castells señala con acierto que en el modelo informacional, “la fuente de la productividad estriba en la tecnología de la generación del conocimiento, el pocesamiento de la información y la comunicación de símbolos”. Sin duda, la velocidad con la que podemos obtener información y la procesamos (lo cual implica completar, comparar, relacionar, modificar), se ha acelerado a una velocidad que nos hubiera parecido descabellada una década atrás. La consecuencia más evidente al respecto que debemos desarrollar una actitud flexible y abierta: en los tiempos que corren lo único constante parece ser el cambio permanente.
Dice también Castells, citando a Braundel, que la tecnología no determina la sociedad sino que la plasma y que no es la sociedad la que determina la innovación tecnológica sino que simplemente la utiliza. Se trata de una interacción dialéctica de la que somos parte y que no podemos eludir. Es dificil imaginar la vida sin los recursos con los que contamos, somos hijos de nuestro tiempo.
Por todo esto quisiera evitar la imagen del paraíso tecnológico que profetizaba aquel artículo del Reader Digest a fines de los setenta. Pero tiendo a tener una mirada optimista bastante alejada de las pesadillas orwellianas. Creo que la humanidad tiene la oportunidad plasmar una integración sin precedentes históricos.
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