Ubicuidad es una palabra que comenzó a ponerse de moda en determinados ámbitos (como el ámbito al que pertenezco) empecinados en analizar y describir esta especie de embriagadora locura colectiva en la que estamos inmersos. Se habla así de tecnologías ubicuas, redes ubicuas, computación ubicua, aprendizaje ubicuo... De alguna manera, la palabra "ubicuidad" sustituye a la "virtualidad" y en ese sentido, creo que hemos realizado un gran avance.
Mientras que el término "virtual" para referirse a un entorno digital, le daba a estos espacios electrónicos una entidad "irreal", a mitad de camino entre lo simulado y lo onírico, favorenciendo cierta devaluación respecto de su genuino impacto en nuestra vida y reduciéndolo incluso a un status de "segunda" -al ser comparado con sus equivalentes en el mundo "físico". Lo ubicuo, por el contrario, sugiere una nueva mirada en donde el énfasis ya no se coloca en lo que el mundo digital no es, sino en lo que sí agrega a nuestra vida.
La ubicuidad, sin duda es un atributo de los dioses. Y por lo tanto, esa capacidad de estar en dos lados al mismo tiempo, o siempre disponibles, es por lo menos, digna de destacarse. Para algunas personas, aferradas a los entornos controlados por fronteras de ladrillos, y relojes con fichero, la idea puede parecer aterradora. Para otros, entre los que me encuentro, la ubicuidad es un grito de libertad y una gran oportunidad para potenciar nuestras capacidad de aprender, producir y compartir.
Cansador, probablemente. La ubicuidad consume mucha energía: imitar a los dioses tiene su precio. Pero hemos trabajado mucho para llegar hasta aquí y no está en mis planes quejarme. Me limitaré a honrar el espíritu de los tiempos que corren.
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